Hijos

Por: Mirna Espinoza

Ellos, amigos que son familia, decidieron tomar ese paso “Adoptemos” todos juntos, papás e hijos, tomaron la decisión, por obediencia, por amor y seguramente con temor e inexperiencia. Pudiendo ver de cerca el proceso previo me di cuenta que no era sencillo, que requería muchas acciones, sacrificio y que los aplausos por “la buena obra” no serían suficiente combustible para seguir. Un proceso doloroso incluso antes de empezar, que lágrimas trajo muchas noches sin cesar.

Una lucha inició, viento y marea en papeles, citas y viajes continuos para visitar, todo esto se hizo parte de lo normal. Era como si ella hubiera hecho una demostración inmensa de amor como para provocar esta lucha intensa por tenerla en casa. Enojos, lágrimas, injusticias. Todo eso atravesaron por alguien que no había hecho nada por ellos. Pero en sus corazones ella ya era parte, y el no tenerla cerca arrancaría un pedazo de sus vidas que no podría remendarse jamás.

Por fin llegó el día que terminó la dulce (no tan dulce) espera de la adopción, una sonrisa linda, y un par de brazos fuertes que no sabían que darían los mejores abrazos de la vida, porque por temor ahora se escondían. “Eres nuestra hija para siempre” dijeron y comenzó la carrera de amar, amar y amar. La historia que siguió fue una montaña rusa de emociones, algunos días buenos y otros no tan buenos en cada día del mes. Pero pude presenciar de cerca que incluso esos que no eran tan buenos estaban llenos de amor sin condición. Una hija y una hermana, que por llegar por adopción y no de manera biológica, no la haría menos parte o menos amada.

Uno podría pensar que allí sería suficiente, que la lucha, el cansancio y el dolor al luchar por ella y el camino a veces con piedras al acoplarse a la nueva familia bastaría. Pero no, su familia no estaba completa y una vez más comenzó la lucha por una integrante más. Y después de un tiempo una amante de buenos chistes y animales llegó a formar parte de su familia por medio de la adopción. Y otra vez, las palabras fueron repetidas “eres nuestra hija para siempre”. Palabras que marcan el corazón que eran dichas no solo con las cuerdas bucales sino con las acciones que siempre perseguían mostrar misericordia, gracia y amor.

Cuando veo a esta familia me pregunto ¿Cómo es que seres humanos pueden hacer tanto bien? Aman constantemente, perdonando las faltas, corrigiendo y como cualquier otra familia se equivocan, pero se arrepienten, restauran la relación y buscan la reconciliación. La respuesta a mi pregunta está en que somos seres que imitan y lo que repetimos es lo que aprendemos de alguien que sabe más que nosotros. En el caso de ellos imitan a su buen Dios que a ellos Él los adoptó.

La adopción no es algo que la humanidad se inventó, es algo que muestra el corazón de nuestro Padre que nos rescató del lugar inseguro que deambulábamos al seguir los deseos de nuestro corazón. Con sus manos siendo clavadas nos selló para siempre para ser de su propiedad y no solamente somos su creación, sino que somos llamados hijos amados por el resto de la eternidad.

No se quedó quieto, viéndonos en nuestra soledad, apartados de Él sin ninguna esperanza. Luchó para tenernos aun sin haber hecho nada por Él. Es más, mientras se acercaba, corríamos al otro lado. El ver de cerca la adopción me ha hecho amar más a mi Padre que con toda mi rebelión me perdonó. Que aun sin merecerlo del lodo me sacó, me limpió y me invitó a vivir con Él. Así como esta familia, sufrió al salir a buscarme, pero eso era solo evidencia de su amor inagotable. Su paternidad no es a medias, no es solo cuando le obedezco, no es solo cuando lo busco, es perpetua, sin condición y es infinita.

Todos los que creemos en la obra Santa de la Cruz, podemos reconocer que el amor no es una palabra sencilla, es una palabra que se escribe con dolor, que va a llevar a sufrir y a noches en vela por los momentos difíciles que se atraviesan al momento de decidir amar a alguien más. El amor es sufrido y también es bondadoso, el amor tiene un nombre, el amor es Jesús.

Fuimos adoptados, una vez y para siempre. Nunca más huérfanos, somos parte de Su familia porque corrió a buscarnos, por siempre tendremos donde refugiarnos al momento de no saber qué hacer. Mi hogar seguro es Él, quien va adelante, quien conoce todo de mi y aun así me ama y este es un amor que no tiene fin.

“Porque Dios nos escogió en Cristo antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos y sin mancha delante de Él. En amor nos predestinó para adopción como hijos para sí mediante Jesucristo, conforme a la buena intención de Su voluntad, para alabanza de la gloria de Su gracia que gratuitamente ha impartido sobre nosotros en el Amado”. Efesios 1:4-6

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